18 de Agosto 2025 / 4:56 PM
Circuito por Rumanía auténtica en 9 días
Un viaje inolvidable: la aventura de la familia Martínez en Rumanía
Hay viajes que se sueñan mucho antes de reservar los vuelos. Así fue para Bartolomé y Concha, una pareja madrileña que, junto a sus sobrinos Raquel, Juan y el tío Antonio, decidieron emprender un viaje por Rumanía fuera de lo convencional. No querían hoteles impersonales ni ciudades saturadas: ansiaban autenticidad, paisajes de leyenda y el calor humano que solo los pueblos saben ofrecer.
Inspirados por una vieja fotografía de una carreta entre colinas y una recomendación de boca a boca, nos contactaron con una petición clara: “Queremos vivir Rumanía como si fuéramos parte de ella.” Y así comenzó nuestra historia compartida, un itinerario que combinó lo rural, lo sagrado, lo artesanal y una pizca de aventura con la mocănița en los Cárpatos.
Lo que sigue no es solo una ruta por montañas y monasterios, sino un relato íntimo tejido con risas, silencios, aromas a pan horneado y licores caseros. Bienvenidos al Viaje Rumanía al completo, contado paso a paso, como lo vivieron ellos.
Día 1: El calor de un hogar en Starchiojd
Desde el aeropuerto de Bucarest, el paisaje comenzó a transformarse. Las autopistas dieron paso a carreteras serpenteantes, los edificios a colinas verdes y suaves. En el asiento trasero, Raquel miraba fascinada las casas con techos inclinados y jardines de flores silvestres, mientras Antonio bromeaba: “¡Aquí el tiempo corre más despacio!”
Al llegar a Starchiojd, un pequeño pueblo de Valaquia anclado entre montañas, fueron recibidos con una sonrisa, pan recién hecho y un licor de ciruelas que calentaba más que el sol de la tarde. Nuestra Casa Rural Cárpatos les abrió las puertas no solo a una estancia, sino a un modo de vida.
Cena casera, con sopa de gallina, sarmale y dulceață de fresas. De fondo, el canto de los grillos y el rumor de un riachuelo. Esa noche, el silencio fue el mejor arrullo. “Aquí uno duerme con el alma en paz”, murmuró Concha antes de cerrar los ojos.
Día 2: Castillos, leyendas y caminos de montaña
El segundo día amaneció con niebla ligera sobre los campos, como si la naturaleza quisiera envolverlos en un cuento antiguo. Tras un desayuno con queso fresco, miel y pan de leña, partimos hacia las alturas de los Cárpatos.
Primera parada: el Castillo de Peleș. Bartolomé, amante de la historia, se quedó sin palabras ante la elegancia germánica y los vitrales color ámbar. Raquel susurró: “Parece un palacio de cuentos de hadas”. Afuera, los abetos vigilaban en silencio como centinelas eternos.
Seguimos por carreteras de montaña hasta Bran, donde el viento contaba secretos antiguos sobre Drácula y las sombras de la fortaleza. Juan, fascinado por las leyendas, preguntaba a cada paso. En el mercado local, probaron quesos ahumados, compraron ii (blusas tradicionales) y descubrieron la calidez de los artesanos.
La jornada terminó en Moeciu, con una caminata breve por senderos cubiertos de musgo y el perfume de abetos viejos. “Esto no lo ves en Madrid”, dijo Antonio, con los ojos llenos de asombro.
Día 3: Sibiu, artesanía viva en el corazón de Transilvania
Al dejar atrás los valles boscosos de Moeciu, el paisaje se fue abriendo hacia las tierras sajonas. Colinas suaves, pueblos con tejados rojos y ovejas que pastaban como puntos blancos sobre el verde. El destino del día: Sibiu, la joya medieval de Transilvania.
Sus calles empedradas los recibieron con historia en cada rincón. La Plaza Grande, las torres de vigilancia, las ventanas que “miraban” desde los tejados. Bartolomé no paraba de hacer fotos. “Este lugar respira dignidad”, comentó mientras la sombra de la catedral se proyectaba sobre sus pasos.
Después del almuerzo —una tabla de embutidos artesanales y una copa de țuică—, visitamos un taller de cerámica donde Concha pintó su propio cuenco. Raquel, con manos curiosas, acariciaba la lana en una tienda de tejidos tradicionales. Juan encontró libros antiguos y Antonio descubrió un pequeño puesto de miel cruda con sabor a bosque.
Nos alojamos en Cisnădioara, en una casa rural con vistas al pueblo y a la vieja iglesia fortificada. Desde el porche, contemplaron el atardecer teñido de oro. El silencio era solo roto por el canto de un gallo tardío y el tintinear de una campana lejana.
Día 4: De la fortaleza de Sighișoara a los horizontes del norte
El sol ya rozaba los tejados cuando dejamos atrás Cisnădioara. El camino nos llevó hacia uno de los lugares más mágicos de Rumanía: Sighișoara, la ciudad natal de Vlad Țepeș. Sus murallas de color ocre, torres vigilantes y casas medievales los transportaron a otro tiempo. Raquel, con su cuaderno de dibujos, se sentó en un rincón del bastión de los zapateros para capturar la atmósfera.
Bartolomé no se resistió a subir los 175 escalones cubiertos que llevan a la iglesia de la colina, mientras Concha compraba unas cucharas de madera talladas a mano. Juan, curioso, se perdió entre los puestos de libros viejos, y Antonio —como siempre— se dejó conquistar por los sabores, probando pastel de nueces y vino caliente con especias.
Desde allí, cruzamos suaves colinas salpicadas de girasoles y huertos, rumbo al norte. Una parada breve en Târgu Mureș y después en Bistrița, para admirar la torre de la iglesia luterana y estirar las piernas en la plaza adoquinada.
El día terminó en Ocna Șugatag, ya en Maramureș. La familia se instaló en una casa rural con piscina climatizada, rodeada de manzanos y ciruelos. La hospitalidad de los anfitriones, el pan recién hecho y la cena con bulz caliente cerraron el día con el sabor auténtico del norte rumano.
Día 5: Maramureș – Entre portones tallados y la risa del Cementerio Alegre
La mañana se levantó fresca y perfumada por los pinos. Desde Ocna Șugatag, la familia emprendió el día con el corazón abierto y la cámara lista. En Maramureș, cada casa parece narrar su propia leyenda, y cada portón de madera tallado es una obra de arte viva, una herencia que se transmite de generación en generación.
Los llevé por pequeños caminos rurales hasta Desesti, donde la iglesia de madera los recibió con frescos ocultos y tejados puntiagudos como lanzas. Juan, apasionado por la fotografía, no dejaba de capturar detalles: una cruz torcida, una abuela hilando lana en su porche, un gato dormido sobre una pila de leña.
Pero lo que más los sorprendió fue el Cementerio Alegre de Săpânța. Allí, las lápidas no lloran, sino que ríen. Pintadas con vivos colores y talladas con versos irónicos, cuentan la vida —y a veces los secretos— de quienes descansan allí. Bartolomé se detuvo largo rato ante la tumba de un cartero local; Concha leía en voz baja los epitafios entre lágrimas y sonrisas.
Por la tarde, visitamos un taller de artesanía donde los jovenes aprendieron cómo se teje un cinturón popular y cómo se talla una cuchara de madera. Raquel ayudó a una anciana a teñir lana con pigmentos naturales y Antonio, fascinado, pidió una receta de pálinka de ciruela casera. La cena, de nuevo en la casa rural, fue una fiesta de sabores: sarmale, ciorbă de burtă y dulces con mermelada de grosellas.
Día 6: De Maramureș a los monasterios pintados de Bucovina, cruzando el Paso de Prislop
El amanecer en Ocna Șugatag tenía un sabor melancólico: sabíamos que nos despedíamos de Maramureș, pero también que nos esperaban nuevas maravillas. El coche trepó lentamente por las curvas del Paso de Prislop, donde los bosques de abetos se abrían como un pasillo verde hacia otra dimensión. Antonio, con su cámara siempre preparada, no perdía ni un encuadre. Bartolomé preguntaba por cada montaña, y Raquel se maravillaba con el vuelo de los cuervos sobre los picos.
La primera parada fue Ciocănești, un pueblo-museo vivo, con casas pintadas a mano como códices populares. Concha se detuvo junto a una mujer que bordaba en la puerta de su casa: “¿Cómo se llama este motivo?”. La anciana le respondió con una sonrisa: “Roata vieții – la rueda de la vida”. En ese instante, el viaje ya era algo más que una ruta: era una lección de sabiduría ancestral.
Después del almuerzo con sopa de gallina y tocinei de patata, emprendimos el camino hacia uno de los tesoros más sagrados de Bucovina: el Monasterio de Moldovița. Allí, bajo las escenas bíblicas pintadas en tonos ocres y azules, la familia contempló en silencio el “Asedio de Constantinopla”, una alegoría de resistencia y fe. La voz del guía resonaba suave: “Aquí, la pintura no adorna: habla”.
Al atardecer, entre colinas cubiertas de heno y el perfume dulce del heno recién cortado, llegamos a nuestra casa rural en Sucevița, con paredes de madera y camas bordadas a mano. Concha encendió una vela y susurró: “Este viaje es como un libro sagrado, que se lee con los ojos… y con el alma”.
🖌️ Día 7: Monasterios pintados de Bucovina – Sucevița, Humor, Voroneț y Putna
El séptimo día nos envolvió en una sinfonía de colores y espiritualidad. Abandonamos el refugio de Sucevița con la primera luz del alba, cuando el rocío aún acariciaba los pétalos silvestres y el aire tenía aroma de incienso y tierra húmeda.
Nuestra primera parada fue el Monasterio de Sucevița, donde el verde esmeralda de sus frescos parece haber sido destilado del bosque mismo. Sus murallas imponentes custodian no solo arte sacro, sino también siglos de fe, resistencia y belleza.
Continuamos hacia el Monasterio de Humor, escondido entre colinas y campos dorados, donde los tonos cálidos de los frescos exteriores contaban historias bíblicas con una ternura rural. Allí, nos recibió una monja anciana que nos habló con dulzura sobre los ciclos de la vida, la paciencia y la oración continua.
Luego llegamos al legendario Voroneț, llamado con justicia "la Capilla Sixtina del Este". El azul de Voroneț —intenso, profundo, inalterable— parecía haber sido pintado con la propia esencia del cielo. Nos sentamos unos minutos en silencio, contemplando el Juicio Final, esa danza de ángeles y demonios que hipnotiza y enseña.
Terminamos el día en el Monasterio de Putna, el corazón espiritual de Moldavia, lugar de descanso eterno del gran voivoda Esteban el Grande. Caminamos por el cementerio, entre lápidas cubiertas de musgo, escuchando el sonido pausado de las campanas. Allí, entre versos antiguos y piedras grabadas, comprendimos por qué Bucovina no es solo un destino: es una revelación.
Esa noche, alrededor de una mesa con platos calientes de sarmale y dulces de nuez, brindamos con licor casero por la belleza de lo intangible. En los ojos de Bartolomé brillaba la emoción, en la voz de Concha, gratitud. “Esto no lo ofrece ninguna agencia”, susurró Juan. “Esto se siente con el alma”.
🗺️ Día 8: De Sucevița a Starchiojd – Cultura, montañas y despedidas
El último día fue una travesía por el corazón de Rumanía, un viaje a través del tiempo, la naturaleza y el alma del país. Salimos de Sucevița con la melancolía de quien se despide de un sueño, pero también con la emoción de lo que aún nos esperaba.
Nuestra primera parada fue Piatra Neamț, una joya escondida en las estribaciones orientales de los Cárpatos. Allí visitamos el fascinante Museo de la Cultura Cucuteni, que nos reveló el refinamiento de una civilización milenaria. Vasijas con espirales hipnóticas, ídolos de arcilla y patrones geométricos nos hablaron de un pueblo que adoraba la vida, la fertilidad y el equilibrio con la naturaleza.
Luego, nos adentramos en el majestuoso Desfiladero de Bicaz, donde las rocas parecían tocar el cielo y la carretera serpenteaba entre paredes de piedra como un hilo entre gigantes dormidos. Las cámaras no podían captar la magnitud de la belleza que nos rodeaba, pero nuestros corazones la grabaron para siempre.
Al llegar al Lago Rojo, el agua espejeaba los pinos y los troncos sumergidos contaban historias antiguas de deslaves y leyendas. Caminamos bordeando la orilla, respirando hondo el aire fresco de los Cárpatos centrales.
Ya en el sur de Transilvania, visitamos la imponente Iglesia fortificada de Prejmer, donde murallas centenarias guardan ecos de asedios, rezos y solidaridad comunitaria. Subimos a las torres, exploramos los antiguos refugios, y nos imaginamos la vida dentro de esas fortalezas del alma sajona.
Al atardecer, el camino nos condujo de nuevo a Starchiojd, donde todo había comenzado. La brisa suave traía aroma de heno y ciruelas maduras. Nos esperaba una cena de despedida en nuestra casa rural, con dulces caseros, licor de frambuesas y un abrazo cálido que decía: “Volved cuando queráis; aquí tenéis un hogar”.
❓ Preguntas frecuentes sobre el circuito "Viaje Rumanía al completo"
¿Cuántos días dura el circuito completo por Rumanía?
El circuito tiene una duración de 9 días, con alojamiento en casas rurales auténticas y excursiones diarias a lugares históricos, culturales y naturales.
¿Está incluido el transporte durante el viaje?
Sí, el transporte en vehículo climatizado con chofer-guía en español está incluido durante todo el recorrido.
¿Se visita la región de Maramureș y los monasterios de Bucovina?
¡Sí! El itinerario incluye una experiencia única en Maramureș con la famosa mocăniță, así como la travesía por el Paso de Prislop hasta los monasterios pintados de Bucovina.
¿Dónde se realiza el alojamiento durante el circuito?
Nos alojamos en casas rurales seleccionadas en Starchiojd, Cisnădioara, Ocna Șugatag y Sucevița, todas con encanto local, comida casera y hospitalidad tradicional.
¿Está incluida la comida?
Sí, el paquete incluye desayunos y cenas caseras elaboradas con productos locales, así como degustaciones de licores y dulces tradicionales.
¿Qué tipo de experiencias ofrece el circuito?
Además de las visitas turísticas, el viaje incluye contacto con artesanos, mercados rurales, talleres tradicionales, rutas por los Cárpatos y momentos de convivencia con la gente local.
¿Se puede personalizar el circuito?
Por supuesto. Cada circuito puede adaptarse a las preferencias del grupo: añadir excursiones como la mocăniță o visitas a bodegas, monasterios adicionales o más tiempo en la naturaleza.
¿Qué dicen nuestros clientes?
Con más de 100 reseñas de 5 estrellas en Google Reviews, garantizamos una experiencia inolvidable.
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